Los faroleros del Puente de Tirry
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Teresa Amador desde hace unas cuatro semanas, cuando el sol se oculta por detrás de la ciudad y deja a los que les corresponde el turno de seis a nueve en la rotación de apagones en una doble oscuridad, la de las luces frías e incandescentes y el de las naturales y ultravioletas, ejecuta la misma rutina. Agarra un palo, más o menos del largo del de las escobas, que guarda cerca de su buró en la base de pesca deportiva Luis Salgado, que ella administra, y se va a encender el Puente de Tirry.
A unos tres metros de altura, en un poste al costado de la edificación, hay una pequeña caja de aluminio que resguarda el sistema para prender las luminarias. A veces, incluso, con la vara ella no alcanza del todo y debe ponerse en puntas de pies y estirar los brazos hasta que comienzan a dolerle por el exceso de elasticidad para una señora de su edad. Cuando los calambres no le permiten maniobrar con la precisión necesaria, le pide ayuda a algún vecino o a un pescador.