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A 30 años de la “Tormenta del Siglo”: ¿Qué pasó esa noche y cómo la recuerdan algunos de sus protagonistas?

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Imagen de satélite del 13 de marzo de 1993 a las 3:30 am. Fuente: CIMSS/Universidad de Wisconsin

La noche del viernes 12 de marzo de 1993 muchos cubanos fueron a la cama como cualquier otro día. Algunos, tras haber visto el parte del tiempo, con la llegada al día siguiente de un frente frío, se alegraron de poder disfrutar de temperaturas más bajas y otros quizás lamentaron que la lluvia les pudiera arruinar sus planes de fin de semana. Nada le indicaba al caimán del Caribe, que esa noche tranquila y estrellada, estaba justo en el camino de vientos, lluvias y tormentas, que convertiría la penumbra en día.

Pocos pensarían que las historias vividas hacía unos 10 años exactamente, volverían a repetirse y marcarían ese día en el calendario meteorológico, robándose un nombre, que aunque marcado por el impacto mediático, hoy muchos lo recuerdan: la “Tormenta del Siglo”. Un nombre un tanto exclusivo, por el que se conoce en nuestra área, aunque para Cuba, ya en el siglo XX se habían registrado eventos, hablamos en esta caso de huracanes,  que muchos consideraría merecedores de ese nombre, aunque si reducimos la lista a solo sistemas invernales no hubo en los 1900 y quizás en la historia de Cuba algo a su altura.

Muchos habitantes del occidente de Cuba despertaron en medio de la madrugada bajo los embates del fenómeno, que barría a casi 100 kilómetros por hora desde cerca de la medianoche el archipiélago cubano. No fue hasta las primeras luces del día siguiente que tuvieron idea de la magnitud real del desastre. Otros, con más suerte de no vivir ese infierno o siquiera enterarse, despertarían en la mañana sorprendidos viendo los numerosos destrozos causados en sus localidades, mientras que en las noticias verían que el impacto había sido extensivo.

Esa noche en el Instituto de Meteorología los especialistas del turno nocturno, en su trabajo de rutina, recopilaban la información de las estaciones meteorológicas para la confección de los mapas del tiempo, los cuales ya en la tarde indicaban la presencia en el norte del golfo de México de una fuerte baja extratropical, que los incipientes modelos meteorológicos de la época habían avizorado unos 48 horas antes.

En un momento donde la digitalización y el acceso rápido a la información que tenemos hoy casi constituían ciencia ficción para ellos, este proceso de recepción analógica de los datos, incluso de las imágenes de satélite, implicaba un retraso en el procesamiento de la información de varias horas. Basta decir que las imágenes de satélite debían ser recibidas e impresas a modo de fotografía para ser consultadas, en blanco y negro.

Este equipo, compuesto por meteorólogos con experiencia, que ya en ese momento eran referentes en la materia, se combinaba con una joven meteoróloga que esa noche, lápiz en mano, trazaba pasadas las 9 de la noche el mapa del tiempo correspondiente a las observaciones de las 7 pm.

Asombrada esbozaba las isobaras (líneas de igual valor de presión), muy próximas una de las otras, por la intensidad del centro de baja presión. No lo podía creer, en su corta experiencia no ha visto nada así. Los más experimentados quizás había presenciado escenarios parecidos, pero Cuba no había vivido una situación similar, solo comparada al embate de un huracán. Tanto es así que muchos hoy, a 30 años de ese día, piensan que fue “un ciclón”. Sin embargo, lo que se trazaba en el golfo de México no era más que una baja extratropical, con su frente frío extendido hasta México, casi cruzando al océano Pacífico.

Mapa de superficie de las 7 pm del día 12 de marzo de 1993. Fuente: Archivo de mapas del Insmet/Elier Pila Fariñas

Cuando estuvo disponible la imagen de satélite, todos con asombro contemplaron la banda extensa de nublados y tormentas que se extendía desde el norte del golfo de México hasta Centroamérica, y que inevitablemente en poco tiempo afectaría el occidente de Cuba. En el argot meteorológico cubano: “tremenda zanahoria”.

El Jefe de Turno decide comenzar a avisar a todo el que debía saberlo, pero sobre todo a la población, ya que no daba tiempo para más nada que protegerse, por lo que se emitió un Aviso Especial. Era una vaguada u hondonada (como mejor lo conocían los cubanos en esa época) prefrontal, con áreas de tormentas eléctricas fuertes y una probabilidad muy alta (casi segura) de eventos meteorológicos severos: vientos muy fuertes, tornados, actividad eléctrica intensa y fuertes lluvias.

En 1993, un viernes en la noche, solo había dos medios disponibles: la radio y la televisión; el segundo de mucho más alcance a esa hora, que los viernes y sábado, tenía sus jornadas estelares nocturnas. En los únicos dos canales: una película y un programa de análisis informativo, conducido por el ya fallecido Héctor Rodríguez. Se combinaron el día de la semana, la hora, la tecnología disponible y lo inusual de la situación, poniendo esta su cuota de  incredulidad ante la información emitida, para que no llegara a casi nadie y sorprendiera. En el canal 6 (hoy Cubavisión), al terminar la película, pasada la medianoche se dio el aviso, la gran mayoría de los que llegaron al final del largometraje, apagaron su televisor en los créditos y aquellos que alcanzaron a verlo no entendieron o no creyeron lo que se decía. Además a esa hora ya estaban las tormentas casi sobre el extremo occidental de Pinar del Río.

Por otro lado, en el canal 2 (hoy Telerebelde), con menos audiencia pero con programación en vivo, Héctor Rodríguez leyó la nota, según confesara tiempo después con desconfianza, por lo severa de la situación que informaba.

La banda de nublados barrió en solo horas y casi intacta la mitad occidental de Cuba, aunque los territorios más al oeste, La Habana incluida, llevaron lo peor: vientos que llegaron a rachas de 160 kilómetros por hora, no obstante investigaciones basadas en los daños estiman que pudieron alcanzar los 215 kilómetros por hora.

Hoy tenemos a la mano imágenes de satélite digitalizadas, que nos permiten ver la secuencia completa de la tormenta y es difícil imaginarnos como “a ciegas” pudo realizarse esta información vital, que a la postre y lamentablemente no cumplió su función. También una gran cantidad de informaciones, fruto de investigaciones que a posteriori han desagregado minuto a minuto lo que ocurrió. Una situación digna de mostrar como ejemplo en las clases de meteorología, ya que contó con todos los ingredientes atmosféricos, combinados de manera idónea.

Lo peor no había pasado

Los fuertes vientos que sintieron en la madrugada los aterrorizados habitantes de la región occidental, ocurrieron al paso de la vaguada prefrontal, que gracias a su rápida velocidad de traslación duraron unos minutos, aunque suficientes para asegurar los destrozos. En el golfo de México, los vientos asociados con la circulación de la baja extratropical, indujeron grandes marejadas, que como mar de leva comenzaron desde la mañana del mismo día 13 a llegar a la costa norte del occidente de Cuba. Como si no fuera poco lo vivido en la madrugada, La Habana sufrió las peores inundaciones costeras en su historia, contradictoriamente,  mientras imperaba un ambiente ligeramente invernal y con vientos leves. Unos 12 años después, esta vez sí culpa de un huracán [Wilma], La Habana bajo “buen tiempo, con sol y algunas nubes” se inundaba a niveles que desplazaron al segundo lugar en los libros aquel fin de semana de marzo de 1993.

Las temperaturas notablemente frías, que se registraron en la madrugada del día 14 en la región central, fueron opacadas en la memoria por la tragedia precedente.

Ha pasado el tiempo—tres décadas de esta fecha— y hoy aquella joven inexperta cuya firma reza en el mapa, que todavía recuerda y se impresiona con lo vivido esa noche, ocupa la jefatura del Centro de Pronósticos. Generaciones que han nacido después solo conocen de “la Tormenta” por las historias de sus padres o abuelos, quizás sacadas de sus recuerdos, como símil cuando el reciente embate del tornado de 2019 en La Habana. Una memoria histórica que más allá de la anécdota, nos puede ayudar a enfrentar situaciones similares en la actualidad— cuando tenemos herramientas más que suficientes para evitar todo aquello que ese 13 de marzo  agravó la situación— pero que también impone nuevos retos.

Queremos dedicar esta reseña a tantos héroes anónimos que han trabajado en situaciones similares en el Centro de Pronósticos y en los Centros Meteorológicos Provinciales y que solamente aparecen reseñados por su cargo o como parte de un grupo. Pero en especial a dos de los imprescindibles, que ya no están con nosotros: Eliseo Oria y Rolando Martínez Cantero.

Acompáñenos, a 30 años de aquella fecha, a conversar con algunos protagonistas y escuchar en su propia voz cómo vivieron “desde adentro” esas horas, donde todo cambió repentinamente de la calma a la tempestad.

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