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La belleza del dolor, que aún me duele

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La belleza del dolor, que aún me duele

Subsuelos de Leymen Pérez (Matanzas, 1976), publicado por Letras Cubanas, se adentra en los subterráneos, en unos túneles inconexos, en las cavidades de los cuerpos humanos que llevan a otras cavidades, a agujeros indefinidos, dentro de esos cuerpos; es una perforación, una explosión para encontrar y testimoniar en lo acontecido en las profundidades, en las destierros del espíritu, en los laberintos de los hospitales, con sus salas y sus mesas que huelen a alcohol, a sangre, a pus y sus artefactos (agujas, sueros cistotáticos)

Es un libro sobre la enfermedad, la agonía de los límites entre la vida y la muerte, de las acciones de la medicina sobre los cuerpos, sobre las vivencias en los hospitales, es la visión del acompañante  y del que lucha por la vida. Un libro estremecedor.  

Poemas donde los seres “marcados” en diferentes partes de su cuerpo, como símbolos que indican el espacio que habita el cáncer, son los personajes, donde los acontecimientos están estructurados por las perspectivas de sus relaciones, con la enfermedad y con los otros. 

Yo, como lector, veo al personaje cáncer, que habla, devora, se funde con esas situaciones espeluznantes, trágicas que el poeta traza, propone;  esas situaciones  de las que huyo (en mi universo mental)  en las escaramuzas de la vida, como huimos todos, atemorizados de un peligro, y en las que en estos versos, a pesar de las agonías, cortan, gotean, succionan, irradian, pero asoma sutil la belleza, y uno la encuentra, luego de sentir en los brazos extendidos de los seres, para ser canalizados, que algo lo invade, lo domina, lo lleva a cruzar nuevos infinitos. 

Encuentra el poeta la belleza en la anatomía de un ser humano, que se descompone, se levanta; encuentra belleza en el instrumental médico, que salva o nos hunde en una fragilidad intensa, como la radiación, que se hace aguda y desconcertante, en la invisibilidad que cura, cauterizando.   

Este universo de Leymen Pérez, solo un poeta, un poeta sensible, que transmuta lo que ve, lo que experimenta, puede “sacar” la delicada fuerza de la palabra, el fulgor de las imágenes del dolor y convertirlo en sensaciones extrañas; es del dolor, sangrante, inexplicable, visceral el que habita  la poesía de los subsuelos, (que también un pintor como Adrián Socorro, extirpa de lo blanco, de la infinitud de ese mismo dolor con que el poeta, el ser humano, asediado, crea arte, cuando nos entrega su ilustración) hongo, árbol, corazón fugaz de Hiroshima, para la portada. Ambos, poeta e ilustrador, irradian con potencia de cirujanos, de oncólogos, del dolor y los residuos de la vida, lo irredento de la existencia.  

Es anemia, obertura sangrante, es verso sanguinolento, lo que escribe Leymen, el poeta premiado, el autor de Fracturas de la belleza, de Corrientes Coloniales, de La muerte de los objetos, el ensayista y el editor, “déjeme ver tu lengua (Trago y toso / toso y trago) y de ese acto, simple, escabroso, definitivo, hace, el poeta, que broten (en palabras, que son signos, dramas, psiquis trastornada y sobreviviente) los estertores y el amor, la pasión, la espera, la fuerza en la fragilidad, en los límites de la muerte, la heroicidad del ser humano, en los preámbulos de la esperanza; porque a pesar de lo que se describe, siente, dramatizar, hay esperanza: diminuto, un punto de esperanza. 

Hay pocos versos que describan el dolor, el físico y el espiritual de la agonía, como este libro de poemas. Sin dudas que estremece, a través de él se viaja a lo que el poeta vivió, lo que el poeta tradujo de la realidad en metáforas, donde nos dice lo que ocurre, lo que lo trastorna, lo que puede eternizarse de ese instante que me hace sentirme fuerte, erguido para servir a otros lectores, y eternizarse, como un canto al dolor. 

Un poeta, apunto, que fue sobreviviente en varias ocasiones de la covid, y un acompañante de enfermos que están en estas páginas, es un poeta magullado, un poeta que vivió  la soledad y los ataques de la furia de las enfermedades, del asedio y las desidias, de los que deben curar y humillan lo más querido del ser humano.

Este es el libro de un poeta guerrero, de un poeta que de lo oscuro, del dolor profundo, demostró con una sensibilidad intacta, vibrante, el acto poético e iluminado de la vivencia en los subterráneos.

Y a pesar de eso, de que aun me duele su lectura, de que le dolerá a muchos leerla, es como un libro acompañante, un punto de luz, donde el dolor, el intenso, el ultrajante, es un túnel, largo, voraz, un túnel, en que se avanza, se avanza… Y al final, una mano se extiende. Y alguien abraza a otro. Un universo de abrazos, que es lo que salva, en la espera y en las despedidas.  

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