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El no tan breve espacio de Pablo Milanés en Matanzas

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Pablo Milanés dejó una honda huella en los matanceros.

Leo García cuenta, con lo vertiginoso de su habla habitual, que la noche en que murió Pablo Milanés al gramófono de la mente le vinieron pedazos de canciones, también su tono de bayamés culto de las varias conversaciones que sostuvo con él. Supongo que sea común para un realizador de radio, como él, pensar en sonido, y también se facilita cuando el recuerdo apunta a una de las voces más estremecedoras de la Isla, esa que lo mismo podía cantar a la par con Elena Burque o acentuar la ronquera crónica de Joaquín.

“Un día estaba en la casa del escultor Eulises Niebla en Versalles y aparece él de repente. Hacíamos un motivito, porque habíamos tirado una placa o algo así. Queríamos brindarle unas cervezas, pero no estaban frías. Él mismo dice busquen un cubo y sal. Puso seis botellas en el cubo con el agua a la mitad y lo giró un minuto. Cuando sacamos las cervezas estaban que partían. La técnica  él la llamó enfriamiento instantáneo”, narra con una sonrisa picaresca.  

Al igual que Leo, actual vicepresidente de la Uneac, varios matanceros rememoran la presencia del cantautor en la tierra del otro Milanés más ilustre de la historia poética de la Isla, José Jacinto. Hay quien no puede ser fugaz  —quizá físicamente sí, pero no en la memoria— cuando va de paso por un sitio. 

“El mensajero escapa de la pista, / se va en un carro blanco / se despide en silencio de los desamparados, / y los desamparados cantamos sin remedio / cantamos y pedimos una estrella, su luz indeclinable”, escribiría Alfredo Zaldívar, poeta y Premio Nacional de Edición en su poema “El mensajero funda el concilio” a raíz de uno de los conciertos de Pablo en la ciudad de los Puentes. 

El arte trasciende a su creador, cuando llega bien dentro, y se transforma en un patrimonio colectivo, pero también se quedan las anécdotas, esas historias fijadas con un pin en la memoria. Así le sucede a Leo García con su primer encuentro con aquel que logró que Yolanda, más que una canción o un nombre, fuera una declaración de amor. 

En esos momentos él fungía como representante de Raúl Torres, a quien Milanés, como resulta conocido, ayudó a darse a conocer dentro de los escenarios trovadorescos de la Isla. 

Conoce a Pablo a través de Tito, un artista plástico matancero. El mejor amigo de este era William Carmona, un pinareño novio de Lynn Milanés. “Tratamos que ella oyera a Raúl  en un concierto en la Vigía. Incluso ella guarda algunos temas en una grabadorita, pero se oían muy mal. Entonces yo en la radio le grabo en limpio cinco temas a Raúl”.

Leo quería entregarle el casete a Pablo, que iba a dar una conferencia de prensa en el hotel Oasis, por la gira nacional Amo esta Isla, pero no sale al encuentro con los periodistas. “Él no asiste, porque días ante el padre muere de forma súbita en La Habana y al llegar a Matanzas estaba muy cansado”, me explica. 

“Ante este contratiempo, le dije a William Carmona ‘coge’, y le ofrecí el casete. ‘Coge no, ven’, me respondió y atravesamos un pasillo y par de habitaciones. Encontré a Pablo semiacostado en una pila de almohadas encima de la cama. Oyó los temas, ‘tengo que conocerlo’, me comentó. Unos días después llevo a Raúl en el Moskvitch de mi papá a su casa en el barrio de Siboney, en La Habana”.

Así comenzaría el acercamiento de Leo a Pablo, pero también la colaboración de este con Raúl Torres. Esto conllevaría, además de disímiles presentaciones en conjunto, a que en varias composiciones del cantautor yumurino le hiciera segunda voz, como Candil de nieve o Se fue, entre otras. De ello existe constancia discográfica. Sin embargo, quiero referirme a dos canciones que en específico están inspiradas en símbolos de la matanceridad. 

“Padre, el río ya no es el mismo / se mueren las viejas loras / Y mi corazón se ahoga / sin llorar / Mira, el San Juan está en peligro / le quieren vaciar la vida / Maravilla cristalina / que me calma”, reza el tema de dedicado al río que crucifica la urbe, el mismo del que otro Milanés en su contemplación escribiera en el poema De codos en el puente.

Luis Llaguno, residente en Varadero, es el director de la agrupación en activo Nuestra América y fundador del Movimiento de la Nueva Trova. Según explica, ello provocó que pudiera conocer a Pablo íntimamente. “En el movimiento vivimos un ambiente de amistad y compañerismo especial. Los Activos Nacionales y las Jornadas de la Canción se realizaban cada año en las distintas provincias. Nos hospedábamos todos en un mismo lugar permitiéndonos compartir, pues después de las presentaciones en cada noche se producían las inolvidables descargas”.

Él recuerda con especial énfasis el 1er Encuentro Internacional de la Nueva Canción de Varadero. Recalca que las canciones del bayamés se hicieron presente desde los inicios en el repertorio de Nuestra América, y por su sencillez, sus propósitos de ayudar a artistas de talento más jóvenes, su sinceridad y transparencia, despertó en ellos una fuerte admiración y respeto.

“Al pasar los años Pablo se casa con Sandra, una joven matancera, y esto propició estrechar lazos de amistad a través de amigos comunes. Compartimos muchas veces en familia aquí en Varadero”, expresa Luis. 

A Sandra, el amor matancero, le dedica una canción homónima. “Sandra, qué solo y qué tarde / Me toca hacer confesiones / Pero el corazón me arde / Y aunque no lo quiera, me salen canciones / Sandra, hoy te voy a querer / No sé si acompañarás / Mi figura en la ventana / Esperando el mañana, volviendo a nacer”.

Aún quedan remembranzas de varios conciertos de Pablo en las tierras matanceras. Cada uno de ellos, por el influjo que ocasionaba el cantautor en sus seguidores, posee un encanto único que ante su partida se acomoda mejor en la nostalgia. No obstante, Leo habla con cariño de uno acontecido en la Plaza 14 Festival. 

“Pregunto, porque iba a trasmitirlo por la radio, cuántos temas iba a interpretar y me dicen que tenía 23 programados. Un concierto extenso en sí lleva de 17 a 18 temas. Siempre le regalaba a Matanzas grandes conciertos”. 

Entre los últimos, y uno que los habitadores de la ciudad de los puentes mejor se acuerdan, sucedió en enero de 2011 en la Plaza del Viaducto y formaba parte de su gira nacional Propósitos. 

En el artículo “Pablo Milanés… reencuentro de amor”, de Betsy Benítez y Rouslyn Navia, publicado por esa fecha en el Periódico Girón, se describe de la siguiente forma:     

“…despertó nostalgias, pues hace varios años que Pablo permanecía alejado del público de nuestro territorio que lo admira por su obra musical. A plaza abierta se desarrolló el reencuentro, pues no es amigo de los teatros cerrados, que limitan la asistencia. A pesar de los augurios de lluvia que preocuparon a los matanceros en la mañana, la noche permaneció seca y terminó por convertirse en memorable”.

En el texto también se recogen unas declaraciones del propio trovador que describen lo hondo que penetró su obra en el inconsciente cultural matancero y cubano. 

“Lo más insólito que me pasa en estos recitales es que uno ha hecho canciones para su propia generación naturalmente, y te encuentras que vienen los hijos y los nietos… todos las corean, se las saben, eso es increíble”.

La no tan breve estancia de Pablo Milanés en Matanzas, si la calculamos en lo hondo de las huellas en cada pecho, en cada garganta, en cada surco del  gramófono de la mente, quedará como historias que, al igual que sus canciones, pasarán de padres a hijos y a los hijos de los hijos. Ahora que no nos acompaña físicamente, queda lo etéreo, pero imperecedero. 

Alfredo Zaldívar, quizá con ese don profético que algunos le inculcan a la poesía, se adelantaría a su partida en el poema antes mencionado.

“Pablo nos deja solo entre las multitudes

Pablo nos deja solo con su voz 

Pablo nos deja 

(…)

Y creo en el concilio de mis palabras rotas 

Con el silencio cómplice que Pablo esconderá”. 

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