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Babylon

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Sobran pruebas, y pocas hay más evidentes que Babylon, de la decadencia en que se encuentra el cine posterior a la Era Dorada de Hollywood.

Ficha técnica:

Título original: Babylon

Año: 2022

Nacionalidad: Estados Unidos

Dirección: Damien Chazelle

Guión: Damien Chazelle

Fotografía: Linus Sandgren

Música: Justin Hurwitz

Reparto: Brad Pitt, Margot Robbie, Diego Calva, Li Jun Li, Jovan Adepo, Tobey Maguire

Sobran pruebas, y pocas hay más evidentes que Babylon, de la decadencia en que se encuentra el cine posterior a la Era Dorada de Hollywood –si entendemos como tal un período no muy lejano del que intenta describir aquí Chazelle, aproximadamente desde los primeros 30 hasta mediados de los 60 del pasado siglo, cualitativa y cuantitativamente superior respecto a la actualidad en cuanto a películas notables o dignas de leyenda, guiones de hierro, precisión del encuadre, poderío natural de actores y actrices, perdurabilidad de buenas secuencias o frases–, excluyendo la presencia siempre agradecida de realizaciones estupendas y de refrescantes signos de autoría provenientes de muchas latitudes; estos dos últimos elementos confluían en Whiplash (2014), pero, del nivel inferior que ha mantenido tras aquella pequeña obra maestra, en mi opinión, Chazelle ha descendido en su más reciente película a los abismos del cine injustificado.

Ni siquiera los últimos minutos, que son de lágrima forzosa e inútil a tales alturas del desmedido metraje, le evitarán cargar la maldición de todos aquellos que históricamente han asumido presupuestos monumentales en buenos momentos de sus carreras sin ser capaces de plasmar talento en cantidades similares, abandonado el cine ceñido de medios pero desbordante de imaginación, rigor y resolución. Como dos C superiores a él, el fallecido Cimino y el esporádico Coppola, Chazelle sufre las consecuencias de la megalomanía en un ejercicio más descalabrado que otros fracasos monumentales de ambos compañeros de profesión. Dudo que en el futuro Babylon alcance la incomprendida grandeza de La puerta del cielo (1980), o que la personalidad autoral en ella cautive mínimamente como la de Corazonada (1982) a futuros cinéfilos.

Este claro síntoma de página en blanco rellenada a trazos gruesos, de apuesta ciega por el “más grande es mejor” en detrimento de la sencillez del mejor Chazelle, no solo dista muchísimo del goce reivindicativo y crítico que pudo doblemente ser, sino que desconcierta: no es un evocador homenaje a los pioneros de Hollywood, tampoco una crítica feroz a la industria ni una parodia de ella; ni conmueve tanto como Sunset Boulevard (1950, Billy Wilder) o La noche americana (1973, François Truffaut), ni estremece como Cautivos del mal (1952, Vincente Minnelli) o Impacto (1981, Brian de Palma), ni divierte como Cantando bajo la lluvia (1952) o Doble de cuerpo (1984, también Brian de Palma). Jamás alcanza la coherencia moral que necesita el género de cine dentro del cine, ya sea a favor, en contra, en sorna o en mera observación del ámbito: resumido en contados instantes que describen un relieve de altibajos a lo largo de tres horas –alargadas hasta lo imposible para transmitir, a fin de cuentas, menos de lo que pueden un par de escenas bien escritas y dirigidas–, lo bueno de Babylon queda ahogado bajo esas toneladas presupuestarias y ese contagio histriónico que no esclarecen en absoluto el alma del conjunto, ni permiten llegar a ella con la bondad de quien espera, en el fondo, gustar del film.

Más difícil aún se hace concretar tal disfrute frente a un despliegue de ignominias a la cámara –inmundicias de un elefante, sordideces orgiásticas a lo “lobo de Wall Street”, vómito exagerado, planos mareantes, montaje atroz, etc.– que recuerda en cierto modo a las aberraciones del inferior, por mucho, Tinto Brass; o frente a una gama de interpretaciones tan desigual que las escenas mejor logradas son de Brad Pitt, único intérprete del conjunto que parece un auténtico hijo de la Babilonia californiana o el sustituto de John Gilbert o de Clark Gable que tenemos en nuestros días, en tanto la habitualmente espléndida Margot Robbie resulta insufrible, mientras Diego Calva transita del infantilismo absoluto a la intensidad menos creíble, reservándonos la película un clímax telenovelesco entre ambos que mueve a la burla, si no al enfado, teniendo en cuenta que su relación, además de otros detalles que van desde los bailes hasta determinados diálogos, contribuye al tufillo millennial desprendido por la cinta en incontables momentos.

Peor sabor deja el poco partido sacado al elenco cuando observamos la ausencia de misterio y atracción en esa lamentable imitación china de Marlene Dietrich, o la nula profundidad que presenta el personaje del músico negro, o la caricatura burda que interpreta Tobey Maguire. Persiste una lamentable incapacidad para enhebrar las diferentes historias que, se supone, sostienen el interés por la narración, algo que no solo se obtiene a base de música machacona y montaje al estilo Schoonmaker.

 

Influida en su estructura narrativa por otra atípica exploración del séptimo arte como Boogie Nights (1997, Paul Thomas Anderson), si bien no alcanza la emoción, expresividad ni coralidad funcional de aquella, Babylon sucumbe desde sus primeros instantes. Cuesta mantenerle fe y que nos la infunda hacia los clásicos desde una perspectiva generosa, por lo que falla, con el estrépito de su caótica dinámica, en la misión de entretener y en la de ilustrar. Si logra que rememoremos películas fascinantes es en pronunciada desventaja consigo misma, y no precisamente desde una humildad como la de Bogdanovich en Nickelodeon (1976).

Aunque Chazelle pretendiese lo contrario, si es cierto que habitan “ángeles y fantasmas” en esas colinas arenosas donde Jack Conrad (Pitt) besaba a una beldad, a la luz del ocaso en blanco y negro, podrían tomarse Babylon como un insulto a su imperecedero legado.

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