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Fantasmagorías y otros detalles

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El Teatro Sauto , sus «fantasmas» y leyendas lo convierten en un espacio de reverencia para los cubanos. En el siguiente trabajo le proponemos un recorrido por el enigmático edificio, ubicado en la plaza de La Vigía.

«Pasa la fiesta. En la sala vacía hay huellas de pies

                                                          y un olor a cosa radiante que se ha ido…»

Luis Rogelio Nogueras

 Todo teatro, en especial aquellos vetustos e inmensos, ha de tener sus fantasmas. Eso pienso y no podría imaginar que el teatro Sauto, con su imponente estructura decimonónica, pudiera ser menos, en eso de albergar algunos que otros duendecillos y fantasmas.

Enclavado en la neoclásica plaza fundacional de la ciudad de Matanzas, el Teatro Sauto, Monumento Nacional, goza de olvidados recintos, pasillos, escaleras y sótanos, en cuyas penumbras, concluidas las funciones, pudieran acomodarse los fantasmas más exigentes.

El Teatro Sauto hechiza al visitante con su magia. Cuentan que dentro deambulan duendecillos y fantasmas. Foto: Ernesto Cruz

Algunas historias dan cuenta de la mítica ballerina rusa Anna Pavlova, quien durante su primer viaje a Cuba en 1915 cautivó al público matancero. Desde su entrada a la escena, “al alzarse el telón bajo la intensidad de las candilejas que iluminaban el proscenio, una salva de aplausos acogió a Pavlova y su compañía”, refirió años después el periodista Reynaldo González Villalonga.

Es el caso que a más de un siglo del acontecimiento, algunos sostienen que la Pavlova aún danza entre las cortinas del Teatro Sauto y se desplaza por las sombras de sus escaleras.

En el Sauto se presentaron íconos de la cultura cubana y universal. Foto: Ernesto Cruz

Otro tanto se cuenta de Ignacio Villa, el inolvidable Bola de Nieve, quien precisamente eligió nuestra ciudad la primera vez en que cantó exclusivamente composiciones de su autoría. La leyenda expresa que cada noche, al quedar el teatro en penumbras, el inmenso creador regresa al teclado a interpretar sus melodías.

Es sabido que la cal, arena y otros materiales para la construcción del teatro, provenían de los terrenos del gallego establecido en Matanzas, Don Manuel Santos Parga, donde el peón chino Justo Wong perdió su barreta en el preciso acto con que se descubrirían las Cuevas de Bellamar. Precisamente se cuenta que el espectro de otro de aquellos empleados asiáticos cada noche merodea la fila seis del teatro, al disfrute de la majestuosa obra que contribuyó a construir.

De ese modo se formulan distintas historias amparadas en el misterio y la poesía que entrañan la majestuosidad del coliseo yumurino.

Foto: Ernesto Cruz

Seguramente el crujir de sus maderas, el callado susurrar de sus cortinas y las sombras galopantes de luces exteriores a través de posibles rendijas, también propician el encantamiento.

Por otra parte, accidentes fatales, muertes repentinas o por enfermedades que tuvieron lugar en el recinto teatral, pudieron generar por sí mismas, más de una singular historia

Daneris Fernández, prolijo investigador de la institución, contó al cronista caminante de esas características del emblemático coliseo, del especial extrañamiento del inmueble que le ofrecían un marcado interés por las posibles causas, que no así, por la simple enumeración de algunas cuantas historias.

Es propio de la cultura popular la creación de tales leyendas y mitos. A la propia ciudad no le faltan y forman parte de sus valores patrimoniales. Sin embargo, tales leyendas en ocasiones pueden ser objeto de una mal manejada publicidad.

Las musas constituyen uno de los mitos del Teatro Sauto. Foto: Ernesto Cruz

Es tarde y debo abandonar el entrañable lugar, que alguna vez visitaba diariamente en distintos momentos del día y de la noche. Detrás quedan áticos, cámaras oscuras, diablas, cuyas denominaciones no cesan de sugerir misteriosas referencias. Acaso mañana se devele al fin que ocurrió con Polimnia, la musa ausente del coloso matancero.

 

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