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Bolívar eterno; Martí infinito

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Caracas, Venezuela.–Como hoy, también era viernes. Enero dormía su madrugada 21, y entre las luces tenues de Puerto Cabello, Carabobo, por primera vez tocaba tierra venezolana el viajero. Horas después, en la tarde, la nave que 12 días antes había zarpado de Nueva York, lo vio descender en La Guaira, montar sobre una carreta de bueyes, y perderse loma arriba, entre arboledas y farallones.

 

Agotado –se supone– por el rigor de la travesía, pero renuente al descanso, buscó el sur; era su norte. Todavía ni la voluntad ni el ingenio habían intentado taladrar las cordilleras que rodean a Caracas, y obrar la formidable autopista, a diario transitada hoy por cientos de vehículos, a velocidades escalofriantes.

 

Escalar las montañas a más de mil metros sobre el nivel del mar era su alternativa; «valió la pena», diría. Ni el relieve hostil ni el cansancio lo detuvieron, porque del otro lado, en la urbe, el decoro había erigido una cumbre. Llegó hasta ella al anochecer, con la piel untada de polvo y sudor, y acaso quemada por el salitre.

 

Como humedecida se le antojó la mirada de bronce de la estatua que, le pareció, «se movía como un padre» cuando un hijo se le aproxima; lloró de emoción, sin más testigo que «los árboles altos y olorosos de la plaza».

 

La savia trajo a Martí a Venezuela. Incubaba el viajero un remolino patrio, de poder gravitacional, que por ley de lo inevitable o lógica de lo justo lo puso frente a la cima de redención de Latinoamérica. Bolívar «vivió como entre llamas». ¿Quién tuvo más ardor para impregnarlo en el alma de Cuba?, ¿En quién como en el Maestro, hubo más pasión para propagarlas?

 

Aquí pronunció discursos, publicó artículos, fundó una revista, disertó sobre oratoria, literatura, y escribió su Ismaelillo. Aquí se encaró con un dictador. Seis meses después de su arribo partió para no volver. Eso dicen. Y lo desmienten el abrazo de verde olivo en la escalerilla de un avión, hace 28 años, los terrenales milagros de misioneros, la hermandad diseminada en los continentes. Lo niega la proclama en plural de un Bolívar eterno, de un infinito José Martí: denos la humanidad en qué servirle; tiene en nosotros, hijos.

 

*Granma

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