Con el paso de los años he visto varios de esos libros ir y venir víctimas del tiempo y la humedad. Sin embargo, hay una colección inmune a los años, a los nietos y bisnietos con sus lápices de colores y al olvido.

Forrada de blanco, ocupa todo un estante. José Martí Obras Completas: la primera edición publicada  por la Editorial Nacional de Cuba en coordinación con los Consejos Nacionales de Cultura y universidades, entre los años 1963 y 1965.

Lidia cuenta que lo adquirió en la librería del poblado de Pedro Betancourt, por suscripciones y que su primera lectura fue La Edad de Oro. Cuando vino a Matanzas para seguir profesionalizándose, trajo consigo la colección y nunca ha dejado el estante, excepto por el tomo que contiene aquella primera lectura, que confiesa con alegría, está en manos de una amiga que es maestra.

Como en casa de Lidia, el Apóstol se encuentra presente en todos los rincones de Cuba. En una escuela, en el busto que acompaña matutinos o en ese viejo televisor con la frase «ser culto es el único modo de ser libres».

Su sueño de una Cuba «con todos y para el bien de todos» es la base de la Constitución de la República, pero la herencia del maestro va aún más lejos, el sentido de «Patria es humanidad» se hizo miles en medio de una pandemia, con aquellos médicos en Turín, Italia, o los británicos del crucero MS Braemar que encontraron en nuestra Isla lazos de fraternidad y amor.

Sus raíces en América Latina anduvieron en cuadro apretado, con la amistad mexicana o venezolana en tiempos difíciles, cuando la Covid-19  golpeó con fuerza.

Eusebio Leal diría en una entrevista en 2020: «No se le puede divinizar, pero el pueblo cubano tiene en Martí la noción del bien. Y es que a pesar del tiempo y de las crisis, José Martí, el mejor de nosotros, vive todavía».