Jesús Agustín Rolo tiene 64 años de edad y después de un infarto que casi le cuesta la vida decidió alejar de su día a día toda la energía negativa posible con la creación de un huerto comunitario. Este vecino del edificio número 3, en Fábrica y Final, entre Guachinango y San Fabián, ciudad de Matanzas, encontró en la tierra la manera de despejar su mente y contribuir con su barrio.

“Estuve muy mal durante meses, no tenía energía para nada. Hasta que un día mi hijo me propuso que me uniera a uno de los grupos que practican artes marciales pasivas y le tomé la palabra. En ese momento me di cuenta de cuán importante era para mi cuerpo y mi mente limpiar mis energías”.

Lo que antes fue un vertedero producto de la desidia, ahora es un huerto donde se siembran tomates, frijoles, lechuga, plátanos y calabaza. Los vecinos colaboran con Jesús, le buscan semillas y le garantizan el agua. Pese a que la siembra solo es protegida por una modesta cerca, en un año nunca nadie ha intentado robar.

“Yo encontré en la tierra la manera de embellecer mi edificio, ser útil a mi comunidad y ocupar mi tiempo libre en algo que me aporte energía positiva, que me saque de mis problemas. Usted puede ver todo lo que he logrado aquí y pienso hacer mucho más. Estoy seguro de que nadie nunca va a meterse aquí a robar o a romper nada  porque el respeto, genera respeto”.

Jesús nos deja una importante lección de superación y de sentido de pertenencia con su vecindario. La edad no puede contra la vida si se vive a plenitud.

“Antes de terminar yo tengo que decirle algo: no entiendo si yo, un solo viejo, he logrado sacarle tanto a un pedacito de tierra en medio de la ciudad, por qué estamos pasando tanta necesidad con la comida. Que me perdone si alguien se ofende, pero en este país lo que hay que hacer es trabajar”.