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La consagración del silencio

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Por: Delia Proenza

“El suyo no es un síndrome de Down puro, sino agravado por patologías acompañantes”, asegura Magaly. Foto: Delia Proenza / Escambray.

Se niega a una entrevista. No ha hecho jamás nada para llamar la atención, porque su don mayor es construir y fundar desde el silencio. Me valgo entonces de mi amistad con ella y de nuestra condición de vecinas de barrio para una charla en la que, no sin protestar, me ofrece coordenadas para un trabajo “personal”.

Su infancia plenamente feliz, que transcurrió entre Placetas y Sancti Spíritus, fue coronada, dice, por la mejor formación que pudo tener: la Escuela Militar Camilo Cienfuegos, de Villa Clara. De alumna aventajada pasó a trabajadora ejemplar, luego de ir venciendo los retos que se impuso: ser maestra primaria, titularse como docente terapeuta, vencer la carrera de Defectología y trabajar en función de niños con discapacidad.

No alberga dudas: aquellos tiempos cuando convivía con un infante cercano a la familia que era alumno de la “Cheché Alfonso” la hicieron enamorarse de la institución. Tendría unos ocho años y por las tardes visitaba el centro para jugar con los críos. Desde entonces hizo todo para desempeñarse allí una vez convertida en pedagoga.

Los azares siguieron. Junto a su esposo Nélido Víctor Linares, quien después compartiría con ella la experiencia de fundar la Educación Especial espirituana, escogió para el trabajo final del tercer año de la carrera, entre los trastornos genéticos, las aberraciones cromosómicas y, dentro de ellas, el síndrome de Down. Desconocían que el hijo que crecía en su vientre nacería justo con la Trisomía 21, que explica dicho trastorno. “En el par 21 se coloca un tercer cromosoma”, ilustra, para luego contar cómo a comienzos de septiembre de 1983 nació Vitico.

De poco le valió el conocimiento: Magaly Gómez de la Concepción, la guerrera avezada, no vio las señales. Por temor a que el parto se le subiera a la cabeza su madre prohibió que le informaran la condición del niño y ella, de manera inconsciente, se fue negando las evidencias. Transcurridas semanas, cuando obtuvo la confirmación, lloró amargamente, pero se repuso enseguida. “Te pasaste la vida preparándote para recibir a ese hijo”, leo su pensamiento y ella asiente.

“La vida mía no ha sido fácil, pero soy muy perseverante”, declara desde un sillón de su casa en la calle Bayamo. Vitico la abraza por la espalda, le acerca su rostro y ella, en retribución, musita algo tierno, sonríe y lo besa.

Vuelve a verse en sus viajes desde Placetas para moldear a niños especiales en escuelas espirituanas. Cuando se asentó en Sancti Spíritus acudía al aula con el hijo a cuestas, ya que no había salones diferenciados en los círculos infantiles, ni hogares para menores impedidos físicos o mentales.

“Yo le escribí a Fidel y recibí respuesta de su oficina. Indicaban valorar la situación aquí, pero hubo una nueva negativa porque decían que se necesitaban muchos especialistas. Eran unos seis niños en similares condiciones al mío; propuse la idea del hogar de impedidos, y tampoco. Vitico asistió un tiempo a la ‘Cheché’, pero eran muchas sus dificultades. El hogar llegó cuando él tenía unos nueve años y estuvo allí un par de cursos, después lo vinculamos a ‘Protesta de Jarao’ y más tarde me le situaron una maestra ambulante”.

Magaly comenzó a ser la maestra de otro niño en su hogar. No se cansó de trabajar, crear, innovar. No abandonó el activismo social que la ha caracterizado, siempre del lado de Fidel y la Revolución.

No solo adiestró a infantes en escuelas disímiles; también formó a maestros desde la entonces Escuela Pedagógica que devendría universidad. Algo más de una década atrás, cuando fue promulgada, se acogió a la Ley No.105 de Seguridad Social, que protege a madres con hijos aquejados por una discapacidad severa.

“El suyo no es un síndrome de Down puro, sino agravado por patologías acompañantes. Posee rasgos de autismo, no tiene autovalidismo y está muy afectada la esfera del lenguaje; también la del conocimiento”, reseña. Vitico no habla ni se comunica visualmente. Puede que grite de un dolor y a ella le corresponda adivinar qué le sucede. Puede que no duerma en noches sucesivas.

Ha sido uno de sus médicos por muchos años; lo fue incluso cuando padeció de covid. Tiene otra hija, que desde la Universidad de Sancti Spíritus José Martí Pérez lidera un proyecto de inclusión social de niños discapacitados, en el que colaboran otras instituciones. Apoya con sus manos y su intelecto porque, además de agradecida, es solidaria.

Mientras yo la convenzo y ella me habla, ya en la despedida, de cuánto apoyo han recibido niños como su hijo por parte de empresas, sindicatos y el Gobierno local, Vitico rompe el mutismo habitual. “Mamá”, pronuncia de forma inteligible. Sucede a veces. Entonces los verdes ojos de Magaly alumbran más que cien luciérnagas.

(Tomado de Escambray)

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