Al observar ambas fotos no pude impedir ese sentimiento de dolor tan adentro que brotaron lágrimas de mis ojos al pensar en ellos, los que utilizaron los cascos o se mantenían dentro o cercano al carro del Comando de Bomberos. Qué triste realidad, caló profundo, hasta lo más hondo.

Ellos acudieron junto a sus compañeros para extinguir el fuego que se levantó del depósito que contenía toneladas de combustible. Qué pesar, qué angustia causada a estos valiosos seres que solo cumplían con el sagrado deber de salvar vidas, al costo de las suyas. 

Desconozco realmente si los ocupantes de estos medios sufrieron daño alguno, pero pudieran ser de aquellos cuyas familias lloran y sufren su ausencia. En estos días me embarga una gran tristeza, de seguro similar a la de millones de cubanos.

Me sobrecojo cuando pienso en todas las personas que de una forma u otra se hallan cerca del siniestro, incluidos esos hermanos de México y Venezuela que volaron a la isla antillana para correr la misma suerte que sus hermanos cubanos, valientes, corajudos. No hay diferencias a esta hora, todos son paisanos. Valientes, fuertes, se muestran sin miedo alguno, precavidos, pero incesantes en su empeño de apagar las llamas.

Siento hasta nostalgia por no compartir, junto a ellos, estos instantes. Como dice la estrofa de nuestro glorioso Himno Nacional, “la Patria os contempla orgullosa”, de verlos tan dispuestos, por el bien de los demás.

A quiénes pertenecieron esos cascos, cuánto valor había en sus dueños. A esos titanes le debemos respeto, admiración, por darle el pecho a estas balas de fuego ardiente y humo asfixiante.

Sus protagonistas se inmortalizan ante todos. La sociedad que los piensa, aunque no los conoce, los eleva al nivel de los héroes, distinción que les corresponde por tanto valor y estoicismo.