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Todo lo malo que puede suceder sucederá: Ley de Murphy

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Ejemplo del postulado de la Ley de Murphy.

Necesitas saltar por encima de un charco y en medio del brinco escuchas el sonido de una tela desgarrarse. Al aterrizar, notas que el pantalón tiene la entrepierna rajada por completo y es el de uso diario, el que tiene que aguantar, porque no vas a coger el jean de salir para “mataperrear”. Te pasas la mano por la cara y te preguntas: ¿Por qué a mí, asere?

Estas pequeñas desgracias cotidianas, que dependen más del azar que de un factor objetivo, han sido reunidas en la Ley de Murphy. El enunciado de la misma es que todo lo malo que puede suceder sucederá. Surge en la década de los cuarenta en los Estados Unidos. Relata la historia que Edward S. Murphy era un ingeniero aeroespacial que trabajaba con cohetes sobre rieles, destinados a comprobar cuánta fuerza centrífuga podía soportar un piloto.

Enchufaron de manera incorrecta los cables del aparato que debía medir el resultado de las pruebas y, por tanto, el experimento fracasó. “Si puede ocurrir, ocurrirá”, dicen que exclamó enfadado; aunque otras fuentes exponen que, muy molesto con el asistente responsable de conectar los sensores, le echó en cara: “Si tiene una forma de cometer un error, lo hará”. Con el tiempo, al malinterpretarse la frase de Murphy y con un poco de pesimismo, llegó al postulado con que se le conoce en la actualidad: “Todo lo malo que puede suceder sucederá”.

En Cuba no tenemos experimentos con cohetes, pero sí muchos ejemplos de cómo puede manifestarse la Ley de Murphy. Yo diría que son esos cotidianos infortunios que no tienen culpable, pero que nos hacen plantearnos, seriamente, si no estaremos “salaos”.

Ejemplo del postulado de la Ley de Murphy.

Un grupo de amigos se reúne y uno de ellos comenta que siente un mal olor, que seguro alguien pisó “verdolaga” de perro. Como dicta el ritual, hay que autoinspeccionarse los zapatos. Todos tienen las mismas probabilidades de ser el culpable; pero tú, entre todos, eres el que tiene sucia la suela.

Hace media hora que por la parada no pasa una guagua, ni una máquina de alquiler ni un triciclo. Para amainar la espera, si eres fumador, enciendes un cigarro. Le das una calada fuerte. Cierras los ojos un instante para disfrutarla; entonces, delante de ti, como por magia arcana, se detiene una guagua de trabajadores de Varadero con aire acondicionado. El chofer abre la puerta y desde el asiento grita “Monten rápido, que estoy apurado”. Botas el cigarro casi completo, con dolor en el alma, sobre todo desde que los precios de Brascuba andan por la estratosfera.

El muslo de pollo hervido que piensas convertir en aporreado se te resbala de las manos. Hasta ahí todo bien. Con un chorro de agua lo limpias y un poco de suciedad no te va impedir tener plato fuerte. Entonces, cuando lo vas a recoger del piso, el perro muy orondo lo agarra y echa a correr mientras mueve la cola.

Ese día solo viste el noticiero estelar para saber el parte meteorológico. No hay pronosticada lluvia y habrá luna cuarto menguante. Estás vestido, con la camisa que te pones solo para grandes ocasiones. Planificas esta salida hace más de tres meses y tuviste que echar para adelante buena parte de tu salario, pero no importa, porque esta noche es la noche. Abres la puerta de casa y te recibe una cortina de agua. Te sientas paciente a aguardar por que escampe, aún estás en tiempo. De tanto esperar te duermes en el sofá y el diluvio continúa.

La computadora se te reinicia de repente, sin causa aparente, porque le dio la gana, y todavía no has salvado en el juego o guardado el word. La llave se te rompe dentro del cerrojo. Sin querer, alguien de un manotazo rompe la botella de ron que compraron con una ponina de cinco personas. Se te olvidan los condones en la casa, aunque estabas seguro, hasta ponías tu mano en la candela, de que sí los habías cogido. Al freír un huevo, se desbarata al echarlo en la sartén y finalmente almuerzas revoltillo.

La Ley de Murphy constituye eso que podemos llamar seudociencia; incluso le entregaron a su creador un premio IG Nobel, una parodia de los reales con fines humorísticos. No obstante, nos permite nombrar todas esas situaciones que provocan que te pases la mano por la cara y te preguntes: ¿Por qué a mí, asere?”

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