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Fisgonear ya no es delito

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En más de una ocasión uno recorre los barrios dirigiendo la mirada hacia cuanto portal o sala se encuentra, en busca de determinado producto.V

De pequeño siempre me requerían cuando observaba con insistencia hacia el interior de una casa. “¡Niño! Eso es de mala educación”, me decían al quedar ensimismado ante algún detalle que llamaba mi atención.

Quién nos diría que al paso de los años se convertiría en una práctica habitual, y hasta de sobrevivencia, porque en más de una ocasión uno recorre los barrios dirigiendo la mirada hacia cuanto portal o sala se encuentra, en busca de determinado producto.

Claro que las cosas han cambiado. Si el curioso en el pasado se granjeaba alguna mirada de desaprobación, en los tiempos que corren le reciben como al ungido que tanto esperaba. “Pase, no tenga pena, esta es su casa”, te dirán, mientras te muestran todas las bisuterías en exposición, más otras que prefieren resguardar de “curiosos” no tan bienvenidos, como los inspectores.

Los matanceros hemos aprendido a extender el horizonte, y hasta a transformar el estereotipo que nos mostraba como personas taciturnas que prefieren vivir puertas adentro.

Basta recorrer cualquier rincón de la urbe para tener la sensación de que estamos en presencia de un extenso bazar, con múltiples ofertas que incluyen alimentos, textiles, calzado, guarapo, o la fiebre del momento: las confituras.

No creo que exista en la ciudad de Matanzas una cuadra que no cuente con varios de estos negocios, aunque cueste llamar así a la decisión de aquella señora de vender los cigarros de la cuota, y como su casa permanece abierta como invitándonos a mirar, recorreremos la vista y en cuestiones de segundos lanzaremos una radiografía a todo el espacio, desde aquel sillón donde dormita el gato imperturbable, hasta la foto descolorida en la pared de alguna joven, para saber si oferta algo más. Todo eso en cuestión de segundos… nada… son actitudes que se adquieren con los nuevos tiempos. 

Si antes el poeta se preguntaba: “¿Quién que es, no es poeta?”, hoy valdría interrogarse quién no ha puesto al menos un producto en venta, el más insignificante, en la sala de su casa.

Quizás el tono humorístico no resulte pertinente a más de uno, sobre todo cuando muchos asumen ese ejercicio comercial para suplir una de las tantas carencias que nos agobia. Pero el humor siempre nos socorrió en las circunstancias más agudas; de ahí que nadie puede poner en duda que la tan ansiada apertura económica, si aún no muestra un impacto positivo real en nuestra existencia, sí se hace palpable en nuestro entorno inmediato, con tan solo constatar cuántos hogares abrieron sus puertas para presentarnos sus ofertas.

No obstante, así mismo puede traer aparejado cierto malestar, como le sucede a mi vecina que cada vez que saca el colchón “bautizado” por su niño debe escribir en un gran cartel: “El COLCHÓN NO SE VENDE, SOLO ESTÁ COGIENDO SOL”.

A riesgo de extender esta perorata, debo mencionar también el fisgoneo a la bolsa. No me refiero a la de Valores de Wall Street, sino a la simple jabita de salir a la caza del alimento, que cuando es transparente las personas no se contentan con mirar, además te preguntarán dónde adquiriste tal producto; así, como si te conocieran de toda la vida, muchas veces sin mediar apenas un saludo.

Te inquieren a quemarropa algo como: “Hermano, ¿dónde conseguiste el arroz?”. Y como sientes empatía ante las dificultades del prójimo, le darás toda las señas, porque más de una vez te has sorprendido fisgoneando la jaba de un desconocido y le has lanzado la misma pregunta.

A estas alturas creo que cuando rememoremos tiempos tan difíciles, podremos asegurar que gracias a ellos fuimos mucho más abiertos y comunicativos; como si, cubanos al fin, ya no lo fuéramos en demasía.

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