Hoy, al caminar por las calles de Matanzas, se percibe una ciudad serena en la cotidianidad de su pueblo. Algunos en zona roja enfrentan a la COVID-19, mientras todos añoramos la nueva normalidad. Esta paz y soberanía solo es posible por la actuación de muchos otros jóvenes que en su generación no se quedaron tranquilos.
El santiaguero Frank País constituye ejemplo de ello. Con solo 22 años dirigió el Grupo de acción y sabotaje del Movimiento 26 de Julio. Precisamente el 30 de julio de 1957 por fuerzas de la tiranía de Fulgencio Batista fue asesinado junto a su amigo Raúl Pujol, quien organizaba la Resistencia Cívica de Santiago, colaboraba con el M-26-7 y pertrechaba el II Frente Oriental.
Dos años después, por acuerdo del Consejo de Ministros, se instituye el 30 de julio como el Día de los Mártires de la Revolución Cubana. Fidel Castro explicó que se escogió esa fecha «porque ha sido este mes y ha sido especialmente este día símbolo de los sacrificios que hizo nuestro pueblo por conquistar su libertad.
“Por eso es lógico que el 30 de julio se venga a conmemorar a Santiago de Cuba y que los 30 de julio se conmemoren principalmente en Santiago de Cuba, porque el Día de los Mártires es también el día de la Ciudad Mártir de Cuba (APLAUSOS); de la ciudad que a lo largo de la historia, desde la lucha por la independencia, ha demostrado la más extraordinaria dote de patriotismo, la ciudad entusiasta, la ciudad que ha estado a la cabeza, junto con las demás ciudades de la provincia. Porque es justo que hablemos también de la provincia, porque esta provincia ha estado a la cabeza del patriotismo, esta provincia ha estado a la cabeza del civismo y esta provincia ha estado siempre a la cabeza del sacrificio (APLAUSOS).”
Así expresó Fidel Castro en su discurso durante el aniversario de la caída de Frank País, efectuada en el instituto de la segunda enseñanza de Santiago de Cuba, el 30 de julio de 1959. Desde ese entonces los cubanos rinden tributo en esa fecha a todos los mártires de la revolución cubana porque, como dice el viejo refrán, quien no conoce su historia está condenado a repetirla.
