Hace años dejé de creer en los Oscar, mucho después de que Montgomery Clift sostuviera “Si Chaplin y Garbo no lo han ganado, el verdadero mérito es no tenerlo”. Mi motivo va más allá de no ver premiados en muchas ocasiones esos referentes personales que para mí están entre las mejores películas, directores, guiones, intérpretes, trabajos de fotografía, montaje y sonido, decorados o bandas sonoras desde la invención del cinematógrafo; por tanto, va más allá de mis egoísmos artísticos, que en ocasiones me equivoco y creo que nadie más comparte: mi verdadero motivo es el escaso rigor, el criterio desconcertante, que he visto reinar en muchas de las ediciones.
Cuando tocamos en la puerta de Sol Angel en la barriada de Bachichi, nos abrió una mulata alta y rubia con un legajo de hojas en una mano y en la otra un bolígrafo. “Estoy terminando un informe, pero pasen, pasen, que lo hago después”, dice y nos invita a acomodarnos en su sala.
Desde el 2017 ella funge como presidenta de la Asociación Cultural Yoruba de Matanzas. Es la primera y única mujer que ha ocupado ese cargo dentro de la Isla. Con conocimiento de esto y tal vez por metiche, rastreo con la mirada la sala en búsqueda de algún signo de su práctica religiosa; sin embargo, observé grandes osos de peluche recostados a un sofá, unas lámparas de pie y sillones con forros blancos de crochet, pero ningún altar.