La cola, aunque más de uno lo ponga en duda, no es un patrimonio exclusivo de nuestra realidad nacional. En cualquier punto de este planeta varias personas coinciden en solicitar o recibir un servicio, la diferencia está en el nivel de civismo que poseen. En una sociedad con elevados índices de educación, una persona al llegar a cierto lugar optará por pedir el último, colocarse justamente detrás de ese individuo y así integrarse a la hilera.
Si bien esa escena puede resultar común e intrascendente en cualquier rincón del mundo, en Cuba las colas dejaron de serlo hace mucho para transformarse en otra cosa: ¡el molote! Incluso, bien podríamos crear un expediente y presentar semejante manifestación cultural a la Unesco, como patrimonio inmaterial de la humanidad; siempre y cuando el comité de expertos encargado de aprobar la petición no se vea obligado a participar en una de esas multitudes, donde se reúnen varios cubanos y cubanas para adquirir determinado producto.