La casona de madera está cerrada. Por algunas de sus ventanas alcanzan a verse las paredes azules, un gran mural y una vieja escalera. Los curiosos la miran como si trataran de descifrar las historias que se esconden tras el silencio y el deterioro. Definitivamente, quienes la conocen bien la observan con nostalgia. Para ellos aunque parezca desierta, de alguna forma nunca llega a estar vacía porque allí viven los mejores recuerdos de varias generaciones de cardenensesque pasaron por el palacio de pioneros.
Por: Fernando López Duarte
La onda expansiva por la fuerte explosión empujó el ómnibus Yutong de apenas 10 000 kilómetros recorridos y lo proyectó contra el asfalto. Saltaron los vidrios. Los escombros cubrieron todo el vehículo, transformando en segundos la nueva carrocería en pura chatarra, y le arrebataron de la mano el teléfono celular a Francisco Javier, que a esa hora, desde su asiento de conductor, hablaba con su esposa. Todo se volvió polvo y humo.
“Estaba de excursión en La Habana con turistas alemanes”, relata ahora desde su hogar, en el barrio yumurino del Naranjal Norte, Francisco Javier Casanova Benítez, chofer de la sucursal de Transtur en Varadero desde hace 18 años, y a quien todos apodan Miky.
“Había dejado los pasajeros en el Parque Central porque en ese sitio no se puede estacionar permanentemente. Luego avancé hasta el hotel Saratoga, para recogerlos allí en unos 15 minutos”.
Para Miky, el viernes 6 de mayo de 2022 sería tan rutinario como tantos otros en sus recorridos por todo el país. Pero a los pocos minutos de haber aparcado frente al Saratoga todo se transformó.
“Sentado frente al timón escribía en la hoja de ruta. Nunca vi el camión cisterna que descargaba el gas. En el instante de la explosión hablaba por teléfono. De inmediato la guagua volcada, el sonido de los cristales fracturados, el polvo del derrumbe, los escombros cayendo encima, el celular en el piso…
“Yo escuchaba: uno, dos, tres… ¡ahora! Era la gente que afuera trataba de voltear la guagua conmigo dentro. Uno de ellos, de gran fortaleza física, arrancó la puerta de un tirón, me cargó sobre sus hombros y me introdujo en un carro particular (almendrón). Manaba sangre por la cara y los brazos. Llegué al hospital Freyre de Andrade, en la Avenida de Carlos III, que solo se me veían los ojos”.
Cuenta Dayamí Molina Caballero, la esposa, que mientras conversaban escuchó un ruido, algo extraño… “incluso lo comenté con mi mamá porque se cortó la comunicación. Devolví la llamada pero sin resultados”.
Lo que sobrevino después en la vida de este chofer profesional de 57 años también lo marcará para siempre.
“Agradezco con letras mayúsculas la atención que recibí de todo el personal de ese centro hospitalario habanero. En tan solo 24 horas me practicaron chequeo general en dos ocasiones. También a los compañeros de la Dirección General de Transtur y a mis colegas de Varadero, que enseguida trasladaron a Dayamí hasta donde yo estaba”.
Las secuelas en el rostro de Miky dan fe de la magnitud de la tragedia, pero en breve desaparecerán. Lo que sí lo acompañará siempre serán las muestras de solidaridad de los cubanos.
- Yenli Lemus Domínguez
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