De pequeño siempre me requerían cuando observaba con insistencia hacia el interior de una casa. “¡Niño! Eso es de mala educación”, me decían al quedar ensimismado ante algún detalle que llamaba mi atención.
Quién nos diría que al paso de los años se convertiría en una práctica habitual, y hasta de sobrevivencia, porque en más de una ocasión uno recorre los barrios dirigiendo la mirada hacia cuanto portal o sala se encuentra, en busca de determinado producto.
Claro que las cosas han cambiado. Si el curioso en el pasado se granjeaba alguna mirada de desaprobación, en los tiempos que corren le reciben como al ungido que tanto esperaba. “Pase, no tenga pena, esta es su casa”, te dirán, mientras te muestran todas las bisuterías en exposición, más otras que prefieren resguardar de “curiosos” no tan bienvenidos, como los inspectores.