Con tan solo 11 años de edad Alan Castillo García, estudiante de sexto grado de primaria, valora la protección del medio ambiente como crucial para mantener la vida en el planeta. Desde hace un año disfruta de crear juguetes con materiales reciclados, de limpiar las playas y compartir con sus compañeros sobre naturaleza y formas de cuidarla.

Junto a él, otros niños y niñas participan en el proyecto comunitario Cocomar “Amigos de la naturaleza”, una de las iniciativas que existen en el municipio de Matanzas para fomentar desde edades tempranas el amor por el planeta Tierra.

La cola, aunque más de uno lo ponga en duda, no es un patrimonio exclusivo de nuestra realidad nacional. En cualquier punto de este planeta varias personas coinciden en solicitar o recibir un servicio, la diferencia está en el nivel de civismo que poseen. En una sociedad con elevados índices de educación, una persona al llegar a cierto lugar optará por pedir el último, colocarse justamente detrás de ese individuo y así integrarse a la hilera.

Si bien esa escena puede resultar común e intrascendente en cualquier rincón del mundo, en Cuba las colas dejaron de serlo hace mucho para transformarse en otra cosa: ¡el molote! Incluso, bien podríamos crear un expediente y presentar semejante manifestación cultural a la Unesco, como patrimonio inmaterial de la humanidad; siempre y cuando el comité de expertos encargado de aprobar la petición no se vea obligado a participar en una de esas multitudes, donde se reúnen varios cubanos y cubanas para adquirir determinado producto.